Hoy es día 13 y acabo de llegar a Granada, primera vez en este Feliz Año Nuevo Exactamente Igual Que Cualquiera De Los Otros, de los usados que han ido pasando como pasan los calcetines al cesto de la ropa sucia, o la gente por los charcos en los días de lluvia, que qué más da, porque es lo que tiene el lenguaje, que lo mismo vale para hablar de calcetines, de bragas rajadas o de paraguas de colores bajo la lluvia, lo habéis podido comprobar ahora mismo. Quizá sea cierto que el autobús llegó hace un par de días, pero el reencuentro con mi cuarto ha sido hoy, la vuelta al hogar, home sweet home, o lo que carajo sea esto. Porque hogar, lo que se dice hogar, es el lugar en el que pienso cuando algo me va mal, y entonces con mi madurez desbordante busco soluciones prácticas que nunca llevaré a cabo como llorar desconsoladamente con los mocos colgando sobre el vientre de mi madre mientras grito como una histérica y le doy golpes a la pared impregnada también de mocos. Y no me vengas con gilipolleces, Freud, de vuelta al útero materno y castraciones de ojos, que te veo venir. Tampoco me vengas tú a releerte y pensar que estás oxidada, que hace años que no escribes, ni ganas, que se te ha olvidado dónde va la b y dónde la v, y que no crees que eso te convierta en el próximo Juan Ramón, la verdad, a no ser que sea por el carácter de resentida asquerosa, que de eso él tenía para rato. Pero vaya, que no caerá la breva, porque por lo pronto lo único que te ha impulsado a teclear es Bunbury pegando gritos desde el equipo de música que no tienes, diciendo que no sabe cómo podrá cumplir el castigo, y yo creo que eso me ha puesto a mil, una especie de sexualidad de la palabra combinada con euforia musical y potencia viril made in Zaragoza. Elijo una letra al azar, y sale la H de Hermenéutica y de we can be Heroes y de Héroes del Silencio, que a ver quién carajo se atreve con eso, que vaya letritas, colega.
La canción del oeste
Jinete sin cabeza, jinete como un niño buscando entre rastrojos llaves recién cortadas, víboras seductoras, desastres suntuosos, navíos para tierra lentamente de carne, de carne hasta morir igual que muere un hombre. A lo lejos una hoguera transforma en ceniza recuerdos, noches como una sola estrella, sangre extraviada por las venas un día, furia color de amor, amor color de olvido, aptos ya solamente para triste buhardilla. Lejos canta el oeste, aquel oeste que las manos antaño creyeron apresar como el aire a la luna; mas la luna es madera, las manos se liquidan gota a gota idénticas a lágrimas Olvidemos pues todo, incluso al mismo oeste; olvidemos que un día las miradas de ahora lucirán a la noche, como tantos amantes, sobre el lejano oeste, sobre amor más lejano. Luis Cernuda (España-1902) De “Un río, un amor”
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